En esta obra magnífica, recomendable, titulada
Elogio de la infelicidad (¡ya el título invita a explorar el contenido!) Emilio Lledó concluye con una especie de manifiesto a favor de la literatura y, or extensión, de la filosofía, en una época alienada como la nuestra. A la espera de leerlo en clase de 1º de Bachillerato (en el espacio semanal "LOS VIERNES, LECTURA") incluyo el primer párrafo para que todos disfrutéis del mismo:
Si nos acostumbramos a ser inconformistas con las
palabras, acabaremos siendo inconformistas con los hechos. Ambas actitudes
son, sin embargo, formas de libertad. Y la libertad no admite conformismo
alguno. Vivir, para los humanos, sobre todo en nuestros tiempos, ha sido
siempre una sucesión de conformidades, de aceptaciones y sumisiones.
Aceptamos el lenguaje; aceptamos, con él, sentidos, referencias y todo
ese monótono universo de ecos que los medios de transmisión de imágenes,
sonidos y letras codifican y propagan. Esta abundancia de comunicaciones
ofrece, sin duda, una extraordinaria posibilidad de enriquecimiento, de
amplitud y libertad; pero también, por los intereses políticos que las
dominan y orientan, pueden hacer que la inteligencia resbale por
significaciones y perspectivas, para embotarse y enajenarse. Porque los
cauces por los que confluyen las imágenes y las palabras nos conforman a
sus semejanzas -a las determinadas semejanzas que nos agobian- y nos hacen
conformistas. Ser conformista supongo que debe querer decir algo así como
conformarse con lo que hay e, incluso, aceptar que "no hay quien dé
más". Pero conformarse añade también otro matiz. Conformarse es
perder, en parte, la forma propia, para sumirse, liquidarse, en la ajena.
Y esa pérdida de la propia forma, si es que la tenemos, si es que, como
decía el filósofo, "hemos llegado a construir nuestra propia
estatua", es pérdida de ser, pérdida de la sustancia que nos
pertenece o nos debiera pertenecer, para derramarla hacia cauces ajenos.
Emilio Lledó, Elogio de la infelicidad, Madrid, 2006,
Cuatro Ediciones, pág. 155